CARTA A LOS INCRÉDULOS :
¡Y si fuese cierto!, si hay un mañana después de la muerte, si hay un Dios que
nos está esperando y nosotros lo rechazamos con nuestra inteligencia finita, ¿no
sería de terror pavoroso el encontrarnos con esta verdad cuando ya sea
demasiado tarde, ¡OJO!,en este momento tu conciencia quiere cauterizarse,
cerrar tu oído, endurecer tu corazón, y un pensamiento esquivo hará que
postergues algo de tanta importancia, tu destino futuro y eterno.
No te estoy hablando de religión, ni de seguir a hombres, esto no debe ser una
imposición por miedo, sino una disposición por amor, por creer y aceptar lo que
Dios ha hecho por tí.
¿Dónde esta tu seguridad en el rechazo, en qué te apoyas?
Sería de necios no pensarlo más de dos veces, no hay nada sólido en un
fundamento sobre arena movediza, sólo la convicción, el pleno convencimiento
sobre la verdad tiene base firme, y esta base firme y segura tiene nombre,
Jesucristo.
Es un reto
que uno busque la verdad hasta estar seguro de lo que cree, no dejes de
hacerlo, pues sus consecuencias son eternas.
Te estoy hablando de que hay un Dios que te ama en forma personal, que te está
buscando, que las palabras se las lleva el viento, pero Él te demostró su amor
enviando a su Hijo Jesús para que creas en Él y para darte salvación.
¿Podría un hombre rechazar tal ofrecimiento en su demostración de amor?
No es
religión, no es filosofía, ni ritos, es una persona la que te salva,
Jesucristo.
Una
eternidad de gozo y paz ante su presencia por aceptarlo, o las tinieblas
eternas del desamparo y sufrimiento.
¿Qué elegirías tú? Aún si tu corazón rechaza lo dicho, yo buscaría, indagaría,
no estaría tranquilo hasta estar convencido y plenamente seguro, pues no se
puede tomar algo tan importante como algo liviano, pues tiene peso eterno y
consecuencias.
UN HORIZONTE
OSCURO
Había un hombre, padre de tres hijos, el cual no tenía trabajo, pues la fábrica
donde trabajaba cerró, era difícil mantener su hogar pero todos los días se
sentaban a la mesa y pedían a Dios por sus necesidades.
Ya había llegado el verano y las cosas no mejoraban, pero Dios les había
ayudado a no pasar hambre.
Una tarde como las otras, se juntan en la mesa y por el calor que estaba
haciendo abre las ventanas y se pone a pedir a Dios por alimento, al tiempo que
pasaba un hombre incrédulo, enemigo de todo lo que tenga que ver con cristianos
y Dios, y escucha: ¡Padre el pan de cada día dánoslo hoy!, ¡gracias Dios porque
tu escuchas a tus hijos en nombre de Jesús!, ¡Padre el pan de cada día
dánoslo hoy!, y seguía orando confiando de que Dios los iba a proveer.
El incrédulo oyó a través de la ventana, se paró y siguió escuchando como aquel
hombre pedía pan para él y sus hijos, no soportó lo que estaba oyendo, se
indignó, contuvo su furia y pensó en una manera fría, calculadora y meticulosa
el burlarse de estos.
Fue hasta la panadería más cercana y compró del mejor pan, cinco piezas, recién
salido del horno. Rápidamente llega a la puerta del creyente, cuando escucha:
¡Gracias porque siempre escuchas nuestras oraciones!, entonces toma el pan y lo
pone en la puerta, golpea fuerte y corre a esconderse detrás de un árbol.
Al abrir la puerta se encuentran con aquel paquete de pan prácticamente recién
horneado y es tal la felicidad que se pones a cantar, el incrédulo en frente se
empieza a descostillar de la risa, decía: ¡que torpes!, ¡no fue Dios el que les
dio el pan, si supieran!, ah, ah, ah.
Cuando paso un rato el incrédulo pensó en cruzar la calle, golpear la puerta y
decirles que fue él quién puso el pan y no Dios, pero por curiosidad primero se
acerco a la ventana a ver que estaban haciendo, cuando para su asombro ellos
seguían orando, cuando escuchó: ¡Gracias Padre porque tu recoges donde no
sembraste y lo vuelves a favor de tus hijos!
Aquél hombre que se estaba burlando, de repente quedó pálido, como si lo
hubiesen sacado de un ataúd, aquel rasgo de dureza y su cerviz se habían
quebrado, lágrimas empezaron a brotar y correr por sus mejillas y se marcho diciendo:
¡Dios no puede ser burlado!, y gritaba ¡DIOS!, ¡DIOS!, ¡DIOS!.
Pasa un año, y un día va a la misma panadería, compra el mismo pan y llega
hasta la puerta de aquella familia, cuando abren con un rostro radiante les
dice: les traigo esto en nombre de Dios, y el padre de familia lo invita a
pasar a su hogar.
¡Dios también convierte los corazones de piedra en corazones de carne!
Ese es mi Dios, ¿es también el tuyo?